domingo, 7 de marzo de 2010

EL SEPTIMAZO

Ismos

ADRIANA LLANO RESTREPO

Trato de anticiparme a la jornada electoral del 14 de marzo y me agarra un sentimiento a mitad de camino de la pena y la certeza existencial; ese día asistiremos a la muerte del uribismo, pese al éxito de quienes en su nombre se atrincheren en el Legislativo, o quizás a causa del mismo.

El fallo de la Corte, gracias al cual Uribe podrá para bien de la Democracia “fundar una universidad a distancia y un periódico digital que pertenezca a la institución”, dejó sin piso al uribismo, que no es ni credo, ni doctrina, ni corpus de pensamiento, sino un mero “ismo”, o sea, algo así como el sufijo “itis”, que es pura inflamación, como la famosa laberintitis de Uribe (2005) o la ya olvidada diverticulitis de Barco, a la que hizo referencia R.H. Moreno Durán en su novela Mambrú.

El uribismo ha sido trinchera de acomodados, voltiarepas, tránsfugas, conversos, una colcha de retazos, o como lo dijo Ernesto Samper en 2008 en una entrevista a Antonio Morales para el desaparecido periódico quincenal Polo: “una emoción llena de puestos”.

No hubo uribismo antes de Uribe ni lo habrá después de él. A Uribe fueron llegando los oportunos y oportunistas, fieles al adagio popular de que “el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”, y sus seguidores se han ido desmarcando y lo harán con más veras después del domingo próximo, cuando el nuevo ordenamiento político sin Uribe en el panorama, nos dé sorpresas en las urnas.

Aunque las encuestas de favorabilidad puedan ser leídas de muchas maneras, el uribismo es un particularismo, cerrado, excluyente, exclusivista, polarizador, que se apagará como la flama de una vela triste cuando Uribe pierda el sex appeal del poder, así los escribidores del Régimen hayan querido ver Filosofía donde sólo hubo Doxa, o sea, opinión.

Para la Filosofía los ismos son lastres en la historia del pensamiento humano; todos los ismos, sean sublimes, como el cristianismo, infames, como el nazismo, utópicos como el comunismo, idealistas como el platonismo, pasajeros, como el jipismo, denotan un credo exacerbado, que termina por ser caricatura, triunfalismo vano, moda fútil.

El próximo domingo, camino a mi puesto de votación, recordaré lo que Estanislao Zuleta nos solía repetir en sus conferencias en la Universidad del Valle: “Desconfiemos de las mañanas radiantes en que se inicia un reino milenario; son muy conocidos en la historia (…) los horrores a los que pueden y suelen entregarse los partidos provistos de una verdad absoluta”.

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