EL GENOCIDIO LIBERAL
Seminario de Historia del Partido Liberal Colombiano
Bogotá D.C., Mayo 16 de 2008
"El Liberalismo no espera la resurrección de los muertos,
Los resucita él mismo en la conciencia de los pueblos".
Juan de Dios "El Indio" Uribe, en "El Indio Uribe
Escritos escogidos", página 32.
Rodrigo Llano Isaza.
Algunas observaciones llegaron hasta mi correo electrónico cuando anuncié el nombre de esta charla. Si llamarla "El Genocidio Liberal" iba a entenderse como que fuéramos los liberales los que estuviéramos acabando con un grupo humano o, como yo lo creo, que es el mayor intento por borrar de la historia al Partido Liberal Colombiano. Acudí entonces al Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, más conocido como DRAE y allí leo[1]: "Genocidio: Exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivos de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad". Con lo cual despejé cualquier duda que pudiera asaltarme sobre el tema y quedé convencido de la justeza del título y, por ello, hoy, en este seminario de historia del Partido Liberal Colombiano, con la presencia mayoritaria de gentes jóvenes, quiero exponer la tesis de que al Partido Liberal, a nuestro Partido, se le ha querido, desde casi su fundación, borrar de la historia política colombiana.
En Colombia, toda la vida, la política se ha hecho a favor o en contra del liberalismo. Nunca nuestra colectividad histórica ha dejado de ser el eje de la vida nacional, el referente, la guía. Siempre hemos estado en la primera línea para triunfar o para que nos derroten. Históricamente a los liberales nos han perseguido por haber sido la vanguardia del pro-común, por tener las mayorías electorales que otros han pretendido, buscando dejar a los más débiles huérfanos del apoyo político que les arrime el Estado para satisfacer sus más imperiosas necesidades
El intento por eliminar al liberalismo de la faz de Colombia, representa el mayor genocidio político ocurrido en el mundo contra una colectividad política; no se han ahorrado armas en esta lucha y, a pesar de ello, los liberales permanecemos estoicos junto a nuestra bandera, al pie de nuestros principios.
Hoy tratamos sobre la campaña de exterminio que en diferentes épocas se ha adelantado en contra de nuestra divisa roja, en un sentido homenaje a aquellos hombres y mujeres que han hecho grande a nuestra colectividad política y más grande aún a nuestra patria, porque todos los momentos de gloria de Colombia están inextricablemente unidos a las victorias del Partido Liberal Colombiano.
No es este un intento agonizante por revivir el viejo sectarismo que tanto daño y dolor le ha causado a la patria y al Liberalismo. Tampoco tiene como fin despertar odios o pasiones indebidas. Pero si creo que alguien debe contarle a las nuevas generaciones todos los padecimientos que hemos vivido a lo largo de 160 años de historia.
Es preciso levantar el monumento al "Liberal Desconocido", aquel hombre o mujer que pagó con su vida el amor por el liberalismo y no mereció una letra en su homenaje por no ser "alguien", por no haber ocupado un puesto destacado en la frondosa burocracia oficial, por no haber recorrido los caminos de esta patria martirizada pronunciando discursos, por sólo haber desempeñado los cargos menos relumbrantes pero a la vez los más básicos para alcanzar para nuestra colectividad el peso electoral que la ha destacado en la vida política de Colombia. Al campesino, al arriero, al obrero, al tendero, a la ama de casa, al miembro de una junta de acción comunal, al participante en un directorio de vereda, pueblo o ciudad, al agitador político, al "José Dolores Naranjo", como lo llamaba el "poeta del Quindío" Baudilio Montoya, cuyo afecto a una causa política cercana a nuestra base, le causó la muerte de él o ella, de sus hijos, padres o hermanos.
Como cantó el gran Epifanio Mejía en su poesía "Historia de una tarde"[2]:
"¡Ay! ¡les robaron su quietud, su calma!
¡Las arrancaron de su virgen lecho!
¡Ya no contentos con robar su dicha
Hasta su tumba les robaron luego!"
Y no es odio, es afecto lo que me impulsa a pedir al liberalismo la creación de este monumento en homenaje silencioso a la sangre de tantos militantes que han caído en manos de los intolerantes de siempre y han cubierto de un rojo triste la geografía nacional.
Muchas de nuestras persecuciones han nacido del terrible maridaje entre política y religión. Nuestros contradictores han utilizado el poder terrenal y el poder espiritual para zaherirnos a golpes de báculo y si esto ha mermado en los últimos años, que no desaparecido, si es un hecho que en las dos terceras partes de nuestro recorrido histórico han sido un factor perturbador en la liza política. Obispos como el elevado a los altares San Ezequiel Moreno de Pasto o el ogro de Santa Rosa de Osos Miguel Angel Builes, consideraban que ser Liberal era pecado y exterminarlos elevaba al cielo al criminal.
El Liberalismo ha sido el soporte de la institucionalidad y quienes han querido arrastrar al país por los caminos de la violencia, han visto al Partido como el gran obstáculo para sus pretensiones y han querido extirparnos.
El partido liberal sin contar los muertos que pusimos en la guerra de los mil días o en el período de la violencia conservadora de los años cuarentas y cincuentas, no ha enterrado menos de 300.000 personas que perdieron la vida violentamente a lo largo de su historia y ha visto caer a dos candidatos presidenciales, 10 Senadores, 10 Representantes a la Cámara, 6 Magistrados de la Corte Suprema de Justicia, Cuatro Ministros, 90 Alcaldes, 346 Concejales, 23 Diputados, 3 Gobernadores y a un Procurador General de la Nación. El Liberalismo ha sido víctima del mayor propósito mundial por aniquilar a una colectividad política y todavía no desaparecemos.
Sobre el exterminio de los dirigentes políticos, dijo, en la presentación del libro "El Precio de ser Liberal" el Dr. Luis Fernando Jaramillo Correa: "La muerte de un dirigente político es el peor de todos los asesinatos, porque se mata la representación colectiva de un sector de la población y se trunca la materialización de un proyecto político legítimo". El dirigente político liberal, con su influjo en las masas, se ha visto como el escollo a vencer para poder acceder a unos liderazgos que de otra manera no alcanzarían.
La necesidad de arrebatarle las banderas sociales al Liberalismo, lleva a la acción violenta porque necesitan reemplazar los liderazgos con el fin de colocar a ese pueblo a merced de unas nuevas direcciones y los liberales somos su gran impedimento y para ello han usado la eliminación física, el secuestro, la extorsión, el boleteo o el desplazamiento. Han querido suplantar al Estado, impartir “su” justicia, monopolizar la fuerza de las armas y controlar el aparato económico. Se parapetaron primero en las zonas de colonización o de ampliación de la frontera agrícola, tradicionalmente desatendidas por el Estado y luego, al sofisticarse la guerra, y en busca de recursos económicos, se pasaron a las áreas más ricas y desarrolladas. Por que cuando el Estado falta, la lucha por reemplazarlo siempre es violenta.
No poca culpa tienen en todo este proceso los latifundios y la ganaderización de las tierras agrícolas con lo cual dejaban sin trabajo a miles de brazos.
Apenas llevaba seis años de fundado el Partido Liberal Colombiano, cuando se presentó el primer exterminio. La fracción draconiana, compuesta en buena parte por artesanos y gentes humildes, que llegó al poder con el General José María Melo en 1854, fue derrotada por la unión de los Conservadores y Liberales denominados Gólgotas. Como consecuencia de ello, las nuevas autoridades amarraron un número, que nunca se determinó, pero que fluctúa entre 200 y 400 artesanos, los sacaron por la calle real – hoy carrera séptima-, los llevaron a la costa y de ahí a Panamá, a las orillas del río Chagres, para que se murieran de fiebre amarilla, la misma que en el mismo sitio, derrotó a los franceses que, años después, construirían el Canal de Panamá. Ninguno regresó. Bogotá tenía entonces 30.000 habitantes, es decir, sometieron a la muerte al 1% de la población, y todos eran Liberales. Es como si hoy, sacáramos por la carrera séptima, con rumbo al Catatumbo, a más de 75.000 personas y que todos perdieran la vida por culpa de las enfermedades. Sólo protestaron el gran jefe Liberal don Manuel Murillo Toro, el General José María Gaitán y don Miguel Samper, quien escribió:
Centenares de obreros fueron trasladados del suave clima de nuestra ciudad, a las mortíferas riberas del Chagres, dejando sus familias en la orfandad y el desamparo.[3]
Los demás callaron, a nadie más le dolió la muerte de estos compatriotas, de estos Liberales, que combatieron, con las armas en la mano, por los grandes principios que pregonaba el Liberalismo. El país dobló la página como si ese fuera un incidente menor que no mereciera un lugar en nuestra historia.
Tuvimos Que enfrentar la guerra religiosa de 1876, cuando estaba en el poder el santandereano Aquileo Parra Gómez, en la que los Obispos de varias partes del país promovían la creación de guerrilas que atacaran a las fuerzas liberales.
Perdimos las guerras del 85 y del 95 y llegó el horror de la llamada guerra de los mil días donde murieron, según se dice, 100.000 colombianos en una nación que apenas se asercaba a los 4 millones de habitantes. En la batalla de Palonegro, en las cercanías de Bucaramanga se enfrentaron 7.000 liberales contra 16.000 conservadores y el campo debió ser abandonado por las dos fuerzas por que la fetidez de los cadáveres les impedía seguir combatiendo.
Ya les hablará el Dr. Rafael Ballén de lo que fue la violencia partidista del 46 al 57 del siglo pasado y de lo que fueron la destrucción del periódico El "Radio" de Pasto (febrero de 1947), la matanza de la Casa Liberal de Cali (octubre 22 de 1949, donde hubo 24 muertos y 70 heridos); del abaleo en la Cámara en que perdió la vida el Representante Gustavo Jiménez y que llevó a la muerte a Jorge Soto del Corral (septiembre 7 de 1948); del incendio de la población de Ríonegro-Antioquia (noviembre 4 de 1948), del intento de asesinato del Maestro Darío Echandía en que perdió la vida su hermano Vicente (noviembre 25 de 1950); del abaleo a la casa del Dr. Francisco José Cháux en Popayán (1950); de la llevada a la guerra de Corea de 1.083 campesinos liberales; de la quema de los diarios liberales El Tiempo y El Espectador y de las casas de Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo (septiembre 6 de 1952); o el arrasamiento de los valles de Capitanejo en Santander y de Enciso en Boyacá. En fin, de muchísimos hechos en esa época nefanda.
Una anécdota, todos han visto como las motocicletas son el vehículo favorito de los sicarios, pues en el tiempo de los llamados “pájaros” en el Valle del Cauca, década de los años cincuentas, el vehículo eran las bicicletas. Desde una bicicleta asesinaron a Amado Gutiérrez en Cartago y también iba en bicicleta el que asesinó al corresponsal de El Tiempo en Tulúa.
Pasada la violencia partidista, siguió la aparición de grupos guerrilleros y luego, los grupos organizados de mafiosos de todo pelambre. Al principio fueron los Macetos, del "Muerte a secuestradores" que crearon los narcotraficantes de Antioquia para rescatar a María Nieves Ochoa, del clan Ochoa. Siguieron los Tiznados y comenzaron las autodefensas del Magdalena medio que hicieron de Puerto Boyacá, lo que ellos mismos denominaron como la "capital antisubversiva de Colombia".
Todas las organizaciones armadas ilegales hicieron de los dirigentes y pueblo Liberal, su principal objetivo, había que sacar del camino "por la razón de las armas" a quienes se oponían a sus propósitos violentos al margen de la ley y el Liberalismo se volvió el principal blanco de tiro.
Recordemos a algunos de nuestros grandes dirigentes asesinados.
Rafael Uribe Uribe, tal vez nunca hubiera sido presidente de Colombia porque atravesábamos las peores épocas del fraude, la coerción y la utilización de cuanto método se les antojaba para impedir la llegada del liberalismo a las urnas. Y no lo mataron Carvajal y Galarza, que apenas cumplían el papel de los iluminados, lo mató un clima que nacía en los púlpitos y se desparramaba por toda la sociedad, clima muchas veces promovido por las más altas instancias del poder que con su actitud irresponsable propician la eliminación de sus contrarios o contradictores, cuando debieran ser los garantes de la tranquilidad pública.
El gran caudillo Jorge Eliécer Gaitán, cabeza indiscutible del pueblo colombiano sin distingo de credo político y quien al frente de su Partido iba, si no se le atraviesa la muerte, a recuperar el poder para el liberalismo.
Luis Carlos Galán Sarmiento, comandando un ejército de jóvenes promesas de nuestra nacionalidad, buscando la renovación de nuestras costumbres políticas, sacudiendo al liberalismo desde su disidencia llamada el Nuevo Liberalismo.
No son pocas las mujeres que han caído en el fragor de la lucha política. Mencionemos sólo a tres. A la martirizada Gloria Lara de Echeverri, Directora Nacional de Acción Comunal y Asuntos Indígenas del Ministerio, en ese entonces llamado de Gobierno, asesinada por un grupo insurgente autodenominado ORP, que cometió ese y dos o tres crímenes más antes de ser amnistiados, llevados a París y desaparecidos del escenario político porque hoy viven muellemente en Europa como refugiados políticos; a la valiente periodista Diana Turbay Quintero asesinada por el llamado "Grupo de los Extraditables" del narcotráfico cuando se intentaba su rescate por las fuerzas oficiales y a "La Cacica" Consuelo Araujo Noguera, Exministra de Cultura y esposa de nuestro actual Procurador General de la Nación, asesinada vilmente por las FARC.
Ni que decir del horror que fue la masacre del Palacio de Justicia, tomado por el Movimiento 19 de Abril "M-19", en noviembre 6 de 1985, donde, además de muchísimas otras personas, murieron los Magistrados Liberales Alfonso Patiño Roselli, Alfonso Reyes Echandía, Carlos Medellín Forero, José Eduardo Gnecco, Pedro Elías Serrano Abadía y Manuel Gaona Cruz. Todos ellos pres y honra del foro colombiano, víctimas de la locura guerrillera, de la estupidez de las fuerzas oficiales y de la debilidad del gobierno de turno.
El Exministro Jorge Soto del Corral, una de las mentes más brillantes de la primera república liberal, que ocupó las carteras de Agricultura, Hacienda y Relaciones Exteriores en la primera Administración de López Pumarejo, víctima de la dialéctica de las pistolas que disparaban sin cesar los representantes Carlos del Castillo y Amadeo Rodríguez.
Los Exministros de Justicia Enrique Low Mutra y Rodrigo Lara Bonilla, ambos asesinados por el narcotráfico. El primero parte del gabinete de Virgilio Barco, retirado de la política pero dedicado a su cátedra como decano de Economía en la Universidad de La Salle, después de un tiempo de vivir en Europa por las amenazas fruto de su gestión y caído en las calles de Bogotá. Y Lara, cuando estaba a punto de viajar a Europa para resguardar su vida de la persecución implacable de los mafiosos, después de haber sido el brillante coordinador nacional del Nuevo Liberalismo
Gilberto Echeverri Mejía, un ejemplar humano como pocos, un luchador por la paz de todas las horas, un funcionario ejemplar, asesinado por las FARC en un malhadado y fallido intento de rescate promovido por las fuerzas de seguridad del Estado. Entre los parlamentarios debo mencionar al Senador y médico Jorge Cristo Saihun, padre de nuestro Senador Juan Fernando Cristo, asesinado en las calles de Cúcuta por el ELN; a Gustavo Jiménez, caído en la misma acción, en la Cámara de Representantes en que murió Soto del Corral; al notable jurista Federico Estrada Vélez, muerto por el narcotráfico y a Ricardo Villa Salcedo asesinado por grupos paramilitares en 1992; A Darío Londoño Cardona, muerto por las mafias del narcotráfico cuando salía de dictar cátedra en la Universidad de Medellín ; Oscar González Grisales, Representante por Caldas, quien había hecho del humor su arma más contundente y eliminado por fuerzas al margen de la ley; los hermanos Rodrigo y Diego Turbay Cote, miembros de una familia que las FARC han pretendido exterminar por el hecho de mantener un liderazgo de muchísimos años en el Caquetá. Rodrigo, murió ahogado cuando la guerrilla lo trasladaba de campamento y Diego, expresidente de la comisión de paz de la Cámara, asesinado por las FARC, junto a su madre Inés, cuando recorrían su departamento.
El narcotráfico también acabó la vida del Procurador Carlos Mauro Hoyos Jiménez, buen amigo, un hombre tranquilo, estudioso, serio, cazado por bandas sicariales a la llegada del aeropuerto de Ríonegro-Antioquia.
De los periodistas tenemos que recordar a Eustorgio Colmenares Baptista, fundador y director del diario La Opinión de Cúcuta, asesinado por el ELN en la entrada de su propia casa y al nunca olvidado Don Guillermo Cano Isaza, con quien conversé muchas veces y cuya calidad humana ha sido siempre distingo de su raza, asesinado por las mafias de la droga a la salida de su periódico El Espectador, que hoy en buena hora lo tenemos otra vez de diario.
Miserable fue el asesinato de Guillermo Gaviria Correa, esposo de nuestra Senadora Yolanda Pinto y hermano del también exgobernador de Antioquia y joven promesa de nuestra colectividad el Dr. Aníbal Gaviria Correa. Las Farc lo remataron para impedir su rescate militar por las tropas del ejército. Al exgobernador de Antioquia Antonio Roldán Betancur lo asesinaron con un carrobomba en el sector del estadio de Medellín, cuando adelantaba una destacada gestión a favor de su departamento. Al exgobernador del Caquetá Jesús Angel González, asesinado por las FARC en una trampa que le tendieron creyendo que le iban a entregar a Rodrigo Turbay Cote.
Imposible olvidar a Héctor Abad Gómez, apóstol de los derechos humanos, macartizado por algunos miembros de la dirigencia antioqueña que confundían ser comunista con pedir por la vida y la libertad de sus compatriotas. Héctor cayó bajo las balas asesinas de los grupos paramilitares que pupulaban en Medellín. Su hijo Héctor Abad Faciolince lo inmortalizó en un bello libro que llamó "El Olvido que seremos", que representa un canto a la vida y a la libertad.
Otros como el exalcalde de Medellín Pablo Peláez González o el huilense Reynaldo Matiz, también fueron víctimas de las balas disparadas por los intolerantes que no soportan una opinión contraria
Ricardo Gaitán Obeso, bogotano, fue el militar que más dolores de cabeza le causó a la segunda administración de Núñez en la guerra del 85 y por ello la regeneración, pasada la guerra, amnistió a todos los que se habían alzado en armas menos a Gaitán Obeso, a quien puso preso, en un juicio sin garantías de ninguna clase lo condenó y lo llevó preso a las mazmorras de Panamá donde lo envenenó, como método, nada sutil, de eliminar a los contrarios.
A Justo L. Durán, ilustre hijo de norte de Santander, pasada la guerra de los mil días, en el descanso de su finca, también le asesinaron. El sitio de su muerte fue el municipio llamado Córdoba, hoy Durania en homenaje al ilustre guerrero Liberal. Que otra hubiera sido la suerte de nuestras tropas si este general y Benjamín Herrera hubieran estado al frente de los ejércitos liberales.
A Eliseo Velásquez, el famoso "Cheito", lo mataron recién llegado de su exilio en Venezuela; a Saul Fajardo, el jefe de las guerrillas de Yacopí, lo asesinaron aplicándole la "ley de fuga" en las puertas de la cárcel a donde lo llevó el régimen de Urdaneta después de que le negaron el asilo en la embajada de Chile; Al nunca bien ponderado Guadalupe Salcedo, los detectives del siniestro SIC, lo persiguieron y dieron muerte en las calles de Bogotá; Tulio Bautista y sus hermanos fueron asesinados por sus compañeros de guerrilla en los llanos; Tulio Varón fue muerto combatiendo en las calles de Ibagué y Victoriano Lorenzo perdió la vida cuando el régimen de Marroquín lo hizo fusilar en abierta violación de la paz del Wisconsin.
Unos caídos por la violencia ciega de los odios partidistas, otros perseguidos por el Estado, algunos más por cuenta del narcotráfico, los paramilitares o las guerrillas.
Sería interminable si pretendiera hacer la lista de todos y presento excusas a la memoria de los que he omitido.
Toda esta historia de horror no amilana al Liberalismo, seguimos siendo el Partido de la paz, el Partido de la convivencia, el Partido que hermana a todos los colombianos.
Tenemos que buscar el fin del secuestro, comenzando con el acuerdo humanitario que ponga fin al drama de tantos colombianos víctimas de este flagelo y no obstante, el Liberalismo sigue siguiendo irrevocablemente pacífico, irrevocablemente tolerante, irrevocablemente conciliador y cree que solamente mediante el diálogo se llegará a la tan anhelada paz, paz que necesitamos aclimatar entre los colombianos para que los efectos del desarrollo beneficien a todas las capas de la población. En su oración por la paz, Gaitán expresó: "Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable".
La paz es el imperativo de nuestro sociedad, como lo dijera Jorge Eliécer Gaitán en un discurso el 15 de marzo de 1947: "Nadie puede concebir la violencia para crear el derecho" o como lo afirmara Carlos Lleras en el comunicado de la DNL del 17 de marzo de 1949: "La violencia no puede tener cabida en el ideario de los Partidos Políticos y, quienes la ejecutan, traicionan a sus propias causas y obran contra sagrados intereses de la patria".
A pesar de los avatares de la historia, el Liberalismo está vivo y, como afirmara el "Compañero Jefe": "Los grandes días están por venir".
Por su atención muchas gracias.
Bogotá, mayo 16 de 2008.
[1] Vigésima segunda edición, tomo 5, página 766, columna 2.
[2] Epifanio Mejía, Obras Completas, Colección de Autores Antioqueños, Volumen 54, Gobernación de Antioquia, Medellín, 1989, página 84.
[3] Los Draconianos, origen popular del Liberalismo Colombiano. Rodrigo Llano Isaza. Editorial Planeta. Bogotá. Año 2005. Página 188.
martes, 20 de mayo de 2008
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