domingo, 14 de junio de 2009

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE OLIVER LIS: VILLORIA LÓPEZ/VILLORIA ROJAS, DESCENDIENTES DE PEDRO SUÁREZ DE FIGUEROA.

Rodrigo Llano Isaza, Auditorio del Banco de la República, Popayán, junio 12 de 2009. 7 pm.
Nos congregamos hoy, en este maravilloso recinto del Banco de la república, en la procera ciudad de Popayán, para ser testigos de la presentación, ante el público lector, y los amigos cercanos, de una nueva obra del escritor Oliver Lis. Un hombre demasiado joven, sólo 24 años de edad, para ser ya un veterano en estas lides de escribir, de editar y de publicar libros. Y más tratándose del tema de las genealogías, tan dadas a ser parte del trabajo de las gentes ya pensionadas o, por lo menos, de alguna edad que tienen, o tenemos, el tiempo suficiente para permitirle volar a sus pensamientos y aprovechar a la imaginación, esa “loca de la casa” como la definía Santa Teresa de Jesús, que es preciso dejarla actuar, y que, ojalá, tuviera esa libertad en todas las capas de la inteligencia para lograr armar mejor a esta sociedad.
Las genealogías son una ciencia auxiliar de la historia que estudia los ascendientes y descendientes de las personas. No es simplemente un orgullo para cubrirnos de pergaminos, es una herramienta de la historia para, estudiando las familias, podamos saber de donde viene nuestra nación y hacia a donde vamos. Es un lugar común decir que quien no conoce la historia está condenado a repetirla, pero es también una gran realidad para que no tengamos que lamentarnos como lo hiciera el poeta antioqueño Jorge Robledo Ortiz cuando expresó “Siquiera se murieron los abuelos/sin sospechar el vergonzoso eclipse”.
Porque es que en Colombia ha hecho carrera aquello de que venimos de la hez de la sociedad española, afirmación que no es cierta; claro que en los primeros momentos, Colón acudió a toda clase de aventureros y que la conquista fue hecha por hombres, muchas veces, no siempre, de la peor condición, pero, en la colonia, los reyes se cuidaron de dejar pasar a Indias, como nos llamaban, personas de muy buena condición; es un hecho que desde 1650 y durante cien años, el rey exigió, para quienes querían emigrar a América, el ser “limpios de sangre”, lo que garantizaba que un porcentaje sustancial de los nuevos colonos eran gentes de bien. Por ejemplo, en mi caso personal, llego por alguna rama hasta al fundador de esta noble ciudad, que cuidaba cerdos en la Villa de Benalcázar en España, pero los Llano vinieron finalizando la colonia, tanto que el primero de ellos, don José Antonio de Llano de la Pontilla, murió en Ríonegro-Antioquia en noviembre de 1810, como quien dice “somos unos recién llegados”; y no es sino revisar con cuidado este libro de Oliver Lis, para comprobar las calidades de las personas descendientes del Conde Lorenzo Suárez de Figueroa; y más, si nos fijamos en la clase de gentes que poblaron la ciudad de Popayán durante la colonia, aquí había gentes de la nobleza española, parientes de grandes de España y hasta de Irlanda, que no voy a repetir porque me haría demasiado extenso, como también las hubo en Santa Fé, en Cartagena, en Mompox, en Pamplona, en Tunja, en Pasto y en Santa Marta.
Mas bien debiéramos añorar ciertas virtudes de nuestros antepasados como el valor de la palabra, hoy hay que firmar un documento, no contentos con eso, debemos estampar nuestra huella y, en los bancos, adicionalmente, nos toman una foto, el valor de la palabra desapareció. Como lo escribe el columnista del diario La Nación de Buenos Aires Luis Gregorich:
"Te doy mi palabra." No hay en la lengua española (ni, seguro, en muchas otras) una expresión más bella, austera y rica simbólicamente para afirmar un compromiso, de persona a persona. Es menos estridente y más creíble que "te lo juro por mi honor", y se opone al sentimentalismo extorsivo de "por la vida de mis hijos". Todos podemos dar nuestra palabra, como un bien precioso que nos constituye, y todos pueden recibirla. La traición a la palabra dada es la madre de todas las traiciones” .
Las genealogías utilizan diversas fuentes: Las orales que provienen de nuestros viejos que tanta información guardan en la memoria; las documentales que salen de los archivos parroquiales o de las notarías; los archivos personales, familiares, particulares o públicos como las bibliotecas y las otras publicaciones genealógicas. Todas las habrá utilizado Oliver Lis para producir este libro tan singular y sin rastro de copia, con unos aportes verdaderamente importantes.
No es fácil escribir pero es el más hermoso de los oficios y ello amerita todos los sacrificios que con frecuencia hacemos quienes tenemos por vocación el sentarnos en un computador a darle forma a una idea.
Para quienes tenemos el “vicio” de escribir, hacerlo es tan importante como respirar, es algo vital a nuestra naturaleza. Pero una cosa es escribir por escribir y otra, bien diferente, escribir bien; como señaló Truman Capote en su prólogo a “Música para camaleones”, “la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero, es sutil, pero brutal”.
Porque escribir no es sentarse a garrapatear renglones, a llenar cuartillas, no, el oficio de escribir es muy complicado y por ello, siempre ha existido la polémica de si el “don” de escribir bien es de origen divino.
Para quienes no lo saben, voy a contarles como se escribe un libro. Primero está la idea, que salta en cualquier parte, en cualquier ámbito y por eso quienes escribimos mantenemos papel y lápiz con nosotros para anotar las ideas, porque si no lo hacemos de inmediato, pueden olvidarse y perderse para siempre. Y luego, comienza la lectura de temas relacionados, la búsqueda de la información, indagar por fuentes, imaginarse aristas interesantes. Personalmente sólo escribo sobre temas relativamente desconocidos y esa es la razón por la cual, de todas mis publicaciones, ninguna tiene rival, porque siempre ha sido el primer libro sobre el tema y, debo confesarlo, esto fue lo que me entusiasmó del libro de Oliver Lis, que no hay otro libro escrito sobre este tema, la genealogía de la familia Villoria.
Otra ayuda sustancial y a la que los escritores recurrimos con demasiada frecuencia, es al diccionario. A cada momento debemos abrirlo para buscar una palabra que exprese mejor nuestras ideas, para consultar una duda ortográfica, para encontrar un sinónimo o un antónimo que nos impida la repetición, para cambiar los adjetivos. El diccionario es una herramienta imprescindible de quienes tenemos el bello vicio de escribir.
Aquello que llaman “el tonito”, hay que cuidarlo en demasía, porque se puede ser controversial, pero, si se nos va la mano, podemos ofender innecesariamente a alguna persona y es ahí cuando el escrito pierde su credibilidad y su respetabilidad.
Las fuentes son sagradas. No falta el que anda por ahí, “robando” ideas, copiando sin vergüenza alguna, por ello, siempre, tenemos que decir q uien nos inspiró, de quien es la idea, de donde la tomamos y hacérselo saber al lector.
El título es como la carnada en el anzuelo, para hacerlo tenemos que extremar los cuidados con el fin de que sea llamativo e incite al lector a pasar sus ojos por cada una de las líneas que hemos escrito.
Y la forma es definitiva porque un error en su concepción puede dañar la imagen. La mejor de las ideas, mal escrita, acaba con el texto, hace que el lector lo aparte de su vista más temprano que tarde y que el cesto de la basura sea su destino final.
Esto de ser original y más cuando sólo se cuenta con 24 años de edad sobre este pícaro mundo, es una gran virtud, porque dice mucho del autor, por su tremendo esfuerzo de ser original, por contarle a la gente cosas que se habían olvidado, que ya no estaban en el imaginario popular; lo que hace que el trabajo sea mayor, más estresante, porque hay que inventar la manera de ser agradable dentro de lo desconocido.
Oscar Wilde decía que un escritor era como un artillero, que está condenado a caer un poco más debajo de su meta.
Y después de que Ud. se ha llenado de material, de citas, de libros relacionados, viene el escribir y después, acto seguido, viene la corrección. Escribir y corregir son hermanas; cada que enciendes el computador y miras un párrafo cualquiera, haces una corrección, porque siempre hay algo para mejorar, para expresarlo con mayor claridad o de una manera más agradable al lector y nunca se termina de corregir, aún después de terminada la obra; por eso es tan difícil publicar, porque el escritor tiene que definir cuando cierra los ojos y le entrega a su Editor, con la conciencia absoluta de que la obra no está perfecta.
Los escritores y más los historiadores, rescatamos del olvido una tesis, un hecho, un personaje y anhelamos, sobre todas las cosas, fijarlos en la mente de los lectores.
George Orwell afirmaba que nadie debería emprender la tarea de escribir un libro si no le impulsara algún demonio al que no se puede resistir y comprender.
Pero escribir también es una terapia que aleja del mundo y sus preocupaciones, que alivia el alma, pero escribir es una labor de solitarios, porque se necesita estar solo y en silencio para poder crear, para darle orden a esa idea, para pensar en lo que deseamos transmitir, por eso el escritor es vanidoso, egoísta y nos creemos parte vital del mundo; todo lo que estampamos sobre el papel lo consideramos un aporte inigualable a la bibliografía mundial, que desgraciadamente muchos no entienden y lo vemos como parte de la flaqueza humana.
Mucha veces se ha escrito sobre el poder de la pluma y la actitud luchadora de quienes escribimos para orientar el mundo; alguna vez leí que nadie era menos agresivo que alguien que era capaz de bajar la vista para leer un libro o para escribir un párrafo; la fuerza del escritor está en la novedad de sus tesis, en la forma de llegarle al lector para convencerlo y a mi me convenció Oliver Lis y por ello lo felicito; en este momento me tomo, en forma por demás inconsulta, la vocería de todos los presentes para exaltar su obra y recomendársela a quienes no la conocen, a los que les gustan las genealogías o quieren saber más acerca de la génesis del pueblo colombiano, de los huilenses y de los caucanos.

EL LIBRO:
En el libro hay cosas que sobran, pero esto sólo se aprende con la edad, con la experiencia que dan los años, con las canas que se van apoderando de nuestros cabellos a medida que los almanaques van cayendo y las arrugas aparecen en nuestro rostro. Una vez leído el libro considero que “Las tardes de un Panteón”, lo que aparece de los “Papelícolas” y lo de los Nogales, no son el objeto del libro, son importantes si pero distraen y hacen perder al lector, claro que tienen “alguna” familiaridad con la familia Villoria pero se salen del tema central. Observación ésta que no demerita la obra; pudieran ser objeto de otro libro. Este libro sobre los Villoria tiene cosas sumamente positivas. La información es excelente, está muy bien trabajado, con una edición impecable y de lujo; la investigación extraordinariamente bien hecha; los documentos incluidos muy interesantes; es agradable de leer porque está muy bien escrito, lo que demuestra seriedad y disciplina para el oficio. Y, también, debo confesarlo, me ha sido muy útil para algunas cosas que estoy escribiendo.

La consecución de todo el material: las fotos, los documentos antiguos; la armada de los árboles genealógicos, son trabajos diseñados con la fina pluma de un maestro. Horas y más horas, cientos de ellas dedicadas a darle forma a una idea que se aparece a medianoche, en medio de una clase o en la discusión con algún profesor, van formando ese libro que es tan de uno, porque al escribir se vuelven ciertas aquellas frases de que las cosas se parecen a su dueño y, mientras cuaja la idea, son muchísimos los desvelos que debemos afrontar, para que tengamos como sustentarla, darle forma, hacerla agradable al lector, porque nunca escribimos para nosotros mismos, siempre lo hacemos en función de ese ignoto lector, a quien no conocemos, pero a quien queremos cautivar para que siga siendo fiel a nuestros escritos.
Pues bien, Oliver Lis lo ha logrado con este magnífico libro de genealogías que le permitirá ser admitido muy pronto en la Academia Colombiana de Genealogistas, para orgullo propio y de su familia.
El libro se refiere, como bien lo indica el título, a la familia Villoria en sus dos ramas: Villoria López y Villoria Rojas.
Vemos en él como don Alejandro Villoria Pinto, biznieto de asturiano, natural de Mérida en México, tronco principalísimo de este apellido en nuestro país, llegó a la Nueva Granada haciendo parte de la comitiva de quien había sido Arzobispo de Yucatán y se convertía en el nuevo Arzobispo de Santa Fé de Bogotá, don Antonio Caballero y Góngora, falso negociador con los Comuneros, pero cuya habilidad lo elevaría pronto al Virreinato de estas tierras.
Uno de los nietos de este Villoria Pinto, don José Ramón Villoria Calderón, contrajo nupcias con María Felisa López Borrero, origen de la rama Villoria López y de uno de sus hijos, don Federico Villoria López, casado con doña Laurentina Rojas, vienen los Villoria Rojas.
Sin gente como los Villoria, cuyos aportes a la nacionalidad son por lo demás destacados, no se hubiera podido construir país. Los Villoria han dejado su impronta por toda nuestra geografía y, este libro, es el fiel notario de que su paso por la historia colombiana no ha sido en vano.
Pero, Oliver Lis, no ha escrito sólo para los Villoria, el árbol genealógico se va abriendo, no en vano esta historia recoge testimonios de más de siete siglos y son muchísimos los colombianos que encontrarán en sus páginas a sus relacionados familiares, cual fue su papel en España, en la colonización de México, en nuestra independencia y en la consolidación como nación.
Hace pocas semanas hablé en Campoalegre-Huila acerca de los 160 años del nombramiento del Primer Presidente Liberal de nuestra historia, el General caucano José Hilario López Valdés, oriundo de Popayán y fallecido en el Huila, quien ocupa un puesto destacadísimo en los relatos de la obra de Oliver Lis.
Entresacado del libro quiero hacer dos acotaciones históricas. La primera sobre los restos del General José Hilario López, cuyo fin no se menciona en el libro; en Campoalegre le tienen un monumento donde afirman que está su tumba, sin embargo, estos están perdidos; el cementerio de esa población del Huila fue convertido en urbanización, como para que no residan allí los gitanos, y, en ese proceso, los restos desaparecieron. La segunda sobre otra persona aquí historiada, el General Manuel Antonio López, quien escribió lo mejor que yo he leído sobre el por qué las tropas de Sucre ganaron la batalla de Ayacucho a pesar de ser un menor número de soldados y estar en una posición bastante desventajosa, “se vinieron los colombianos” gritaron los realistas con espanto cuando comenzó la carga de Córdoba y las tropas del Virrey Laserna se disolvieron, huyendo tratando de salvar sus vidas; desde entonces tenemos fama de violentos.
Sobre la manera de armar las genealogías, personalmente tengo mayor afinidad con el sistema de círculos, en el que el círculo del centro es el del personaje, el siguiente círculo corresponde a los padres, el tercero a los abuelos, el cuarto a los bisabuelos y así sucesivamente. Por ejemplo en el de la familia Llano Isaza, he colocado 590 nombres donde he llegado hasta María de Benalcázar, hija del conquistador don Sebastián de Benalcázar, casada con Alonso de Fuenmayor, fundador de la población de Almaguer en este departamento del Cauca en 1551; Pero el sistema de árbol, muchísimo más utilizado, como lo hace Oliver Lis, también es un sistema fácil de interpretar y, en esto, como bien lo dice el dicho popular “por los gustos se venden los calambombos” .
Este es un libro que nos lleva desde antes de la colonia hasta fines del siglo XX; arranca en Extremadura y se pasea por la geografía colombiana, por aquí sale el Conde de Casa Valencia, los nobles de sangre de Popayán y las familias trabajadoras del Huila, todos prestantes miembros de nuestra sociedad que han hecho aportes importantes a las letras, la cultura y el desarrollo nacional.
Termino felicitando a Oliver Lis por su logro de escribir y conseguir publicar su libro, dicha que no todo el mundo tiene; lo he querido acompañar en esta hora tan importante para él, porque lo vine a descubrir en otra de sus locuras, en la que también lo acompaño, “La Academia Alternativa de Historia”, que representa una extraordinaria oportunidad para muchísimas personas que nunca han escrito un texto de historia, pero a quienes les gusta esta materia y no los dejan asistir a esas encerronas de gente que algo saben de ese tema; en esta Academia Alternativa se le abren las puertas a los gomosos, a los que quieren sentar una opinión o simplemente quieren aprender de los que nos hemos devanado los sesos entre papeles viejos para descubrir la verdad de nuestro pasado. Es un nuevo reto dinamizar esta antiAcademia para poder conservar la frescura del pensamiento y la originalidad que muchas veces nace de la falta de pergaminos.
A los actuales Villoria, algunos de los cuales están presentes hoy, los invito a leer con fruición este libro, para que se miren en él como en un espejo y comprendan que el orgullo de llevar este apellido viene de muy lejos.
Don Tomás Carrasquilla, el autor antioqueño célebre por haber escrito una novela alrededor de la vida de mi parienta “La Marquesa de Yolombó”, expresó alguna vez “Que no haga alarde de su ilustre raza, quien debió ser melón y es calabaza” y Uds. los Villoria no son calabaza, en este libro está el testimonio.
Por su atención, muchas gracias.

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