martes, 9 de octubre de 2007

ENTONCES, ¿EN QUÉ QUEDAMOS?

Humberto de la Calle Lombana, El Espectador, octubre 6 de 2007.

Se suponía que la idea era buscar el afianzamiento de los partidos. Esto es, convertirlos en organizaciones, serias, institucionalizadas y con mecanismos de autoridad interna y disciplina claramente definidos. Eso se dijo en la reforma política de 2003 y parecía que existía un cierto grado de consenso.

Pero ahora, súbitamente, ha estallado una minirrevuelta en las huestes liberales a propósito de la candidatura de Peñalosa.

El problema no es la existencia de liberales rasos que prefieran a Moreno. Pero lo que sí constituye un nuevo revés en la tarea emprendida de reconstruir los partidos, es que personajes con mando en el Partido Liberal desafíen las decisiones adoptadas en forma colectiva, mostrando incluso cierto desprecio por los organismos disciplinarios internos.

Lo correcto hubiera sido que primero dejaran su investidura como dirigentes, antes de trastearse impúdicamente a otras toldas. Así obramos cuando encabezamos una disidencia liberal.

La argumentación de los rebeldes se basa en el libre examen. Sostienen que, por definición, el Partido Liberal es el partido del libre examen y que, por tanto, es un contrasentido aplicar los reglamentos dirigidos a mantener en vigor las decisiones colectivas.

Es un sofisma. Es totalmente válido que alguien entienda que no puede enajenar su capacidad de libre examen. En tal caso, puede abstenerse de actuar dentro de los cuadros del partido político. Pero si, en cambio, ingresa a éste y acepta cargos de representación, debe someterse a las reglas internas. En tal caso, cuando el Partido Liberal defiende el libre examen, lo que hace es incorporarlo como postura filosófica del partido. Pero su defensa debe hacerse mediante acciones y decisiones colectivas.

El punto crítico es el de la discusión democrática interna. Un Partido Liberal debe destinar un gran esfuerzo en la tarea de su democratización interior. Pero ello no puede significar que, luego de agotada la controversia intramuros, cada quien mantenga la opción de romper la disciplina sin dejar primero los cargos de mando con los que fue agraciado.

En el caso de esta revuelta, además, surge una inmensa sospecha: los insubordinados no plantearon a tiempo sus objeciones a Peñalosa. A estas horas, la adhesión a Samuel tiene un inocultable aire de oportunismo. De hecho, su propia retórica los traiciona. No dicen por qué Samuel debe ser alcalde, sino que alegan que va a ser alcalde. Estamos frente a un caso de transfuguismo tardío.

Todo esto sería poca cosa si no viniese acompañado de declaraciones del ex presidente Samper en apoyo de Moreno. La tesis es todavía más deleznable. Dice Samper que como no hay candidato liberal, cada quien puede hacer de su capa un sayo. Sobre esta base, no existirían las coaliciones. Ni un partido podría realizar seriamente alianzas con otros, o con candidatos independientes, si la palabra empeñada tuviera la movilidad del viento. Es un nuevo sofisma. Sólo que en este caso, al menos no hay oportunismo, porque la alianza entre el samperismo y Samuel Moreno viene de antes. El hecho político inocultable es que Samper está con Moreno desde un principio.

Hasta el punto que, si gana Samuel, gana Samper

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