miércoles, 19 de marzo de 2008

Carlos Lozano y Lozano. Por qué soy Liberal. Universidad Externado de Colombia, diciembre de 2006, Bogotá.

POR QUÉ SOY LÍBERAL

MULTITUD DE GRUPOS

Un partido político no es una academia, no es una escuela filosófica, no es un sistema científico, no es un paisaje homogéneo. Lo integran en cada momento histórico, una multitud de grupos, una inmensa variedad de personalidades pertenecientes a todos los sectores de la sociedad, con las más extraordinarias diversidades de cultura, de posición económica, de intereses y de aspiracio¬nes. Sobre cada uno de esos grupos, sobre cada una de esas personalidades, el ambiente local, la influencia del medio familiar, la índole de las ocupaciones habituales, la acción de los protectores, benefactores o maestros ha ido dejando una huella más o menos honda, pero siempre visible. La historia en su sentido a la vez más trivial y más amplio, como crónica del pueblo, como tradición oral, como suma de recuerdos recibidos de los antepasados, o de hechos directamente percibidos, gravita poderosamente sobre la conciencia. El amor, e! rencor, el odio, las amistades y los enemigos imponen su presencia subconsciente. El sentimiento de admiración o de simpatía que espontáneamente suscitan los hombres superiores, sobre sus contemporáneos, a virtud de ciertas afinidades del temperamento y de la conducta, a virtud de una especie de resonancia, espiritual, deciden muchas veces del itinerario de una convicción política. Los choques morales, los sacudimientos de la personalidad que se producen a virtud de la contemplación de un suceso excepcional, por su rareza o por su dramatismo, dirigen la inteligencia, determinan una adhesión o repulsión.

La inmensa mayoría de nuestros compatriotas son liberales o conservadores, porque sus padres o abuelos lo fueron, porque en la aldea o en la vereda donde se formaron, había mayoría de uno u otro bando, porque el jefe del taller o de !a empresa pertenece a un partido y le hacen propaganda. Y los pueblos, las aldeas o las veredas son liberales o conservadoras, porque en ellos nació un famoso conductor político, o porque sobre ellos pasó la adversidad de una patrulla frenética qué incendió las casas y saqueó los ganados y cosechas; porque sus parientes y relacionadas perecieron a manos de determinado grupo violento. O porque determinado general los protegió, les dio garantías y construyó allí hospitales y escuelas o les dio trabajo a las gentes. Solo así se explica el fenó¬meno tan frecuente en el país, de poblaciones enteramente vecinas, separadas apenas por una colina o un arroyo, que pertenecen irreductiblemente a una u otra colectividad. En tiempos de guerra o de pronunciamiento, en épocas de anarquía, una especie de feudalismo minúsculo se produce naturalmente, y a la manera de las antiguas ciudades italianas de la edad media y del renacimiento, los pueblos se hacen enemigos, se destrozan entre si, se llenan de atmósferas pasionales colectivas, y transmiten esos sentimientos a sus moradores.

LAS GUERRAS CÍVILES.

Es ese fenómeno general. Y no se crea que es una peculiaridad de los países atrasados o incipientes. En las naciones más cultas, y al través de múltiples grados de discernimiento, los hechos y los resultados son análogos. En Europa ha habido aún en los últimos siglos tantas o más guerras civiles que entre noso¬tros y mucho mayor numero de persecuciones, por causas religiosas, sociales, políticas y económicas. Por procesos análogos, aunque en ellos intervenga un elemento más alto de comprensión intelectual, se forman las adhesiones o las conversiones colectivas. Hoy, la propaganda escrita y hablada desempeña un papel decisivo. Un suizo o un inglés no leen sino un periódico, su periódico, no oyen sino determinadas estaciones radiodifusoras, y sólo creen y piensan lo que les dice esa vía de información. En efecto: una inmensa suma de cultura nacional, por su misma complejidad y variedad aisla a las gentes, y reduce el horizonte de su vida diaria.

Una de las conclusiones mas ampliamente aceptadas de la psicología contemporánea, es el influjo avasallador de la vida afectiva y sentimental, sobre la marcha de la conducta humana. Los hombres obran por la general como sienten y no como piensan. El racionalismo riguroso de otros días ya casi no tiene más adeptos. El turbión de las pasiones, de los instintos, de los sentimientos, ese oleaje recóndito y confuso de la vida irracional se impone a la inteligencia, flota por encima del conocimiento, desborda los cuadros de la mesura y de la lógica. Imágenes, impresiones y emociones, precisas o larvadas se agazapan en los estratos de la subconciencia y están siempre prontas a irrumpir con mayor o menor intensidad para actuar sobre el panorama consciente de la vida psíquica.

Desde luego, entre las gentes cultas, viajadas, que han recibido una edu¬cación profesional cualquiera, o que viven en medio de una sociedad refinada, el poder de control voluntario sobre la esfera afectiva de la personalidad es mucho más fuerte. Pero también son más fuertes los estímulos que prestan a la pasión, los conocimientos y las lecturas peculiares o el contacto con especiales ambientes de cultura, inspirados por determinadas tradiciones y formas de vida. Un estudiante educado en Alemania, en Estados Unidos o en Francia, forma su mentalidad de manera muy diversa según los casos y asimila una innumerable serie de conceptos y prejuicios que flotan en la atmósfera.

LOS MATICES DEL PENSAMIENTO

Las reflexiones anteriores, tan sencillas y obvias, sugeridas por la observación y la experiencia, constituyen una primera base para afirmar que no es posi¬ble pedirle a un partido político, una severa coherencia doctrinal, un tono uniforme, una rigurosa lógica en la presentación de sus postulados e ideas. Forzosamente son muchos los matices del pensamiento, son múltiples las es¬calas de entusiasmo o de convicción que suscita cualquier tesis fundamental. Los conceptos acerca del Estado o del hombre, acerca de la autoridad o de la libertad, acerca de la distribución de la riqueza pública, han sido expresados infinitas veces al través de la parábola del espíritu humano, con infinitas facetas y modalidades. Y cada cual tiene sus autores favoritos, sus libros predilectos, sus simpatías de escuela y de sistema. Periódicamente un gran filósofo re¬voluciona la arquitectura de las ideas universales. Y de las interpretaciones variadísimas de esas ideas, surgen centenares de tendencias. Periódicamente un historiador transforma los conceptos existentes acerca de la evolución política de las grandes naciones que han dominado el mundo; y de su obra emanan numerosísimas teorías acerca de la vida social y de la convivencia humana. Periódicamente un sabio le da un nuevo rumbo a las ciencias exactas o a las naturales, o un inventor célebre, transforma la industria y el comercio, y en general la comunicación entre los hombres. El influjo de esas nuevas orientaciones se hace sentir inmediatamente sobre las concepciones políticas, y se hace sentir con tuerza más o menos intensa sobre los grupos y las personalidades humanas, según su mayor o menor grado de contacto con el reciente estado de las teorías y de los hechos.
No pueden concebir la realidad de la misma manera un profesor de filo¬sofía y un ingeniero mecánico. No pueden concebir la justicia de una misma manera un coronel del ejercito y un ¡efe de sindicato. No pueden concebir el imperio de la ley de una misma manera, el jurisconsulto y el dueño de fábrica. No pueden concebir la libertad de la misma manera el opulento propietario ocioso y el asalariado a quien abruman el trabajo y la escasez. La enunciación de una misma idea abstracta suscita por lo tanto las más divergentes y aún antagónicas reacciones.

LAS COSAS Y LOS HECHOS SE TRANSFORMAN SIN INTERRUPCION

Pero, de otra parte, y esto es todavía más fundamental, la corriente de las cosas y los hechos se transforma sin interrupción y de manera perenne, a veces vio¬lentamente y con sacudidas profundas. Cuando un país agrícola se convierte en un país industrial, todos los factores del ambiente se alteran. Cuando un país sin vías de comunicación articula entre sí todos sus centros vitales, surgen dilatadas modificaciones de la existencia colectiva. Allí donde hay formidables acumulaciones de capital, el criterio de las gentes no puede compararse con el de las regiones donde todos son más o menos pobres. El desplazamiento sucesivo de los grandes ejes de influencia mundial que polarizan el curso de los sucesos, determina reflejos y reacciones innumerables.

EL DESEO DE PODER

Existe, además, corno una de las características más protuberantes del hom¬bre y de los grupos sociales, la voluntad de predominio, el deseo de poder. Los grandes hechos de la historia en cualquiera de sus aspectos, han recibido siempre el sello de la lucha por el mando, por la superioridad de los unos so¬bre los otros. ESCIPION y CATON, CESAR Y POMPEYO, el Papa y el Emperador, los reyes y las noblezas, MORGAN y CARNEGIE, se disputan el primer puesto, bogan por la preeminencia. Y este fenómeno se reproduce dondequiera y en todo momento, basta la sociedad de intelectuales, la cooperativa de consumo y el cabildo de aldea. Pero el partido político ha sido constituido esencial y primordialmente para eso: para obtener el poder. De ahí que aquella carac¬terística humana llegue a su más acabada y también a su más brutal expre¬sión en esa especial agrupación de hombres. La lucha por el predominio transforma a cada paso la forma y la evolución de los partidos. Los filósofos se unen a los cornerciantes y a los aristócratas enemigos de la corona, para adquirir el poder. Los mueven impulsos y sentimientos, diferentes. Tienen apenas una serie de afinidades. De allí surge el verdadero liberalismo ingles, una de las colectividades políticas más serias, respetables e importantes de la historia universal. Producida esa fusión, establecida la necesidad de la lucha conjunta, cada grupo cede y se adapta a la mentalidad y los intereses del otro, progresivamente se difunde y transmite el acuerdo, el constante cambio de puntos de vista, lima las asperezas, los aspectos extremos de cada escuela, de cada haz de aspiraciones. La propaganda uniforme fortifica paso a paso las convicciones individuales. Si surge entonces un hombre superior, un talento excepcional, que armonice finalmente todo el sistema dentro de una síntesis luminosa, y que la exponga y defienda con vigor inusitado, el partido político llega a constituir un solo bloque, un poderoso organismo estable. Es el caso de GLADSTONE, al imponerse sobre el espejo quebrado, donde actuaban los discípulos de SPENCER el filósofo, de COBDEN el líder industrial, de los lores de la rama Whigg.

Pero la vida sigue evolucionando. Las antiguas ideas, los viejos programas, no continúan adaptándose con exactitud a los hechos. Nuevos intereses, nuevos horizontes solicitan la atención de las gentes. Los jefes que un día llenaron la escena, decaen y son olvidados. Las necesidades vitales de un país lo invitan a un cambio de ruta. Surgen jóvenes audaces que presienten el porvenir. El partido tiene que cambiar. Si no cambia, se divide o atomiza. Es el caso del movimiento organizado en Inglaterra contra GLADSTONE, por JOSEPH CHAMBERLAIN, hombre imbuido a la vez en ideas de imperialismo nacional, y de mejoramiento social interno.

UN PARTIDO ES UNA ACTITUD MENTAL

Un partido no puede ser y no es sino una actitud mental, una serie de líneas generales, una serie de preferencias a favor de ciertas formas de vida, de ciertos conceptos fundamentales, los cuales a su vez se interpretan en formas diversas, según el signo de los tiempos. Hay un espíritu común, un común denominador ideal, algo en la orientación general en la manera de contemplar la realidad, que subsiste por encima de las vicisitudes; un espíritu animador, en una palabra. No puede haber otra cosa. La libertad para un griego de Atenas, para un latino de Roma, para un burgués italiano del Renacimiento, para un criollo americano de la época de la emancipación, para un francés de 1789, para un inglés de 1832, para un colombiano de 1863, son no sólo matices de un mismo ente moral, sino conceptos que se llenan en cada momento histórico de un contenido diverso, de un anhelo vital muy diferente.
¿Cómo pretender que revistan la misma forma, que intenten las mismas aplicaciones, que se enfrenten a los mismos obstáculos, que escojan los mis¬mos caminos?
Hay algo, sin embargo, que anuda con un solo hilo sutil todas esas facetas: todo el que dice libertad en cualquier siglo, pide la autonomía del espíritu, solicita que el hombre tenga una esfera propia de acción, dentro de la cual pueda crear y expresarse, sin mayores ligaduras y trabas. Demanda un poder individual de determinación, una facultad moral de escogencia. Exige que se le tome en cuenta como entidad insustituible, como valor aparte. Cree que la conciencia y la existencia de cada uno, no puede ni debe naufragar en la vaguedad de la masa, ni en el conjunto uniforme. No quiere el automatismo impuesto desde lo alto, ni la disciplina pasiva, ni la eliminación de su perso¬nalidad.
Claro que aún estas afirmaciones comunes admiten múltiples grados. Para el esclavo antiguo, ellas se presentan en forma rudimentaria y casi mecánica. Ser libre es no poder ser vendido como cosa, poder adoptar un oficio en vez de otro, ser pagado por el trabajo, circular o moverse por su propia voluntad. Para el ateniense que posee esclavos, ser libre es asistir a la asamblea del pue¬blo y poder hablar allí, y poder ser escogido para los cargos públicos, y tener influencia sobre la vida de la ciudad y criticar o derribar a los gobernantes, y negociar libremente en grande escala. Si lo desposeyeran de esas facultades se sentiría esclavo él mismo. El ámbito de sus aspiraciones es inmensamente más vasto. Pero ambos quieren una supresión de ligaduras y barreras, una esfera propia de acción. Y a su turno cuando el esclavo se vuelve libre, es decir cuando ya es dueño de su persona, aspira a convertirse en ciudadano, dilata el horizonte de sus anhelos.
Lord JOHN RUSSELL, que se hace matar porque detestaba los privilegios y abusos de la corona, porque creía que tal prepotencia, disminuía su propia órbita de noble y aristócrata, lucha contra una coyunda, contra una barrera, contra una limitación arbitraria. El obrero asalariado que hoy hace una huelga para obtener asistencia médica, u horas de ocio, o vacaciones remuneradas, o el cambio del capataz, o el mejoramiento de la alimentación, lucha contra una coyunda, contra una barrera, contra una limitación arbitraria de su persona¬lidad. Lucha contra la miseria, que suprime o amengua la libertad, la propia esfera de acción.
Las reflexiones anteriores han surgido espontáneamente en mi espíritu, en el momento en que PLINIO MENDOZA NEÍRA, uno de mis más grandes y nobles amigos, me ha hecho, a fin de publicar la respuesta en su revista sábado, la siguiente pregunta: "¿Por qué es usted liberal?".


MI ADHESIÓN POLÍTICA

Al examinar así, súbitamente, las razones que me han hecho adherir a un par¬tido político, que me han guiado en una serie de campañas adelantadas, en la plaza pública, en la tribuna parlamentaria o desde los cargos administrativos, que me han compenetrado con una tradición, con un trozo de historia huma¬na, con una comunidad de hombres y de hechos, encuentro que los factores de raigambre sentimental, valen y deben valer tanto en la orientación de una conducta, como las tesis abstractas, como los modelos ideológicos. Y encuentro también que no es razonable, que no puede ser acertado, estereotipar la mente en las enseñanzas de los libros, en los teoremas compilados por los grandes ingenios; y que es preciso ensayar, experimentar, equivocarse y rectificar, ante la lección constante de las cosas, ante las variaciones, y las fluctuaciones de la realidad.

Un partido no es una academia, no es una escuela filosófica, no es un paisaje homogéneo, como ya se dijo. Una nación que constituye un organismo vivo y palpitante, no admite para su gobierno, las ligaduras rígidas de la lógica pura.

EQUIVOCACIÓN DE CARO

Me parece, pues, que se equivocó, por ejemplo, de método y de medio am¬biente el señor CARO, cuando quiso convertir una colectividad política de la América latina, en el trópico y en el siglo XIX, en un trasunto de principios dogmáticos, y cuando quiso darle y le dio al país, una estructura que había tomado casi literalmente del sistema político imperial romano, tal como fue adaptado para su régimen interior por la Iglesia Católica. Y este ejemplo, no tomado al azar, pues todavía son actuales y visibles sus consecuencias, pero sí susceptible de un parangón con una serie de casos análogos, suministrados por la historia, nos enseña que si bien los hombres públicos indoctrinarios y utilitaristas, son nefastos, pero sobre todo repulsivos, la terquedad y la verdad absoluta de los doctrinarios hieráticos, pueden ser también nefastas, en un plano a la vez noble y más peligroso.

Detesto el oportunismo, la insinceridad, la fácil maniobra, a favor de la cual se asciende o se domina, por el simple egoísmo brutal de ascender o dominar. Tener esas condiciones, o mejor dicho, esos defectos, es lo que suele apreciarse entre nosotros como estampa de hombre político. Claro está que no me estoy refiriendo a ese concepto vulgar.

Pero en el otro extremo, adoptar ante la vida una actitud impermeable y rígida, convertir una convicción en una esclavitud, apreciar la marcha de la vida social como si se tratara de resolver un problema de matemáticas, creer que la ideología de una escuela o de una época pueda contener todas las facetas cambiantes de la realidad, es un tremendo error que ha sido funesto en todas partes. El señor CARO, al darnos una Constitución que constituye un monu¬mento intelectual, pero que representa una cerrada máquina de autoritarismo personal, hizo imposible la concordia entre los colombianos. Y durante cin¬cuenta años hemos asistido al curioso espectáculo de gobiernos muy fuertes, que constituyen una armadura oprimente para el espíritu libre y espontáneo del país, o de gobiernos muy débiles, pues una fórmula política concebida para aplastar al adversario, y para la excluyente actuación de uno solo, no funciona adecuadamente sino en las manos de un temperamento de autócrata. A falta de esa volonté depussance todos los resortes se relajan, sobreviene una especie de marasmo, y bien pronto aparecen los síntomas del desorden, precisamente porque la idea esencial de la carta, es la de defender el orden, por medio de la supresión de cualquier jerarquía intermediaria, de cualquier fuerza autónoma de iniciativa, de ponderación o de colaboración. Un sistema autoritario con hombres autoritarios es asfixiante. Con hombres que no son autoritarios, inicia el camino por el cual se rueda a la anarquía.

ME INTERROGABA HACE VEINTE AÑOS

La pregunta que ahora me hace PLINIO MENDOZA, me la hice yo a mí mismo hace veinte años, cuando apenas habían corrido otros veinte años, de mi pobre peregrinación por la vida, los cuales a diferencia de la mayoría de las gentes, no recuerdo con nostalgia, y ni siquiera con agrado, pues fueron de áspera disciplina, de constante esfuerzo y de una casi completa ausencia de todo devaneo o distracción. Estudiábamos mucho entonces, yo más que la genera¬lidad de mis condiscípulos, y nos eran desconocidas las horas de deporte, los amplios períodos al aire libre, los ejercicios corporales, todos esos aspectos de la educación europea que ahora se han aclimatado entre nosotros. El baile, el teatro, los cinematógrafos, los cafés, el dinero en el bolsillo, eran cosas que no se usaban todavía. La vida de un alumno interno era duramente monótona y solitaria. Personalmente creía saber muchas cosas y creía también que el aprenderlas era el principal objeto de la juventud, error del cual salí después, cuando era ya tarde, pues en nuestro medio, tan reacio al cultivo de la ciencia pura, valen más para tener oportunidades y triunfar, la audacia y la energía aplicadas a la práctica, y la confianza en sí mismo que suministran unas pocas ideas, adquiridas en el trato con los hombres, en los viajes, en el manejo de los negocios y empresas. Un universitario completo, un erudito, un hombre dotado de espíritu filosófico, al estilo de un Lord HALDANE o un Lord BALFOUR, se imponen naturalmente en Inglaterra, a pesar del pragmatismo británico, pero no coinciden con el escenario colombiano.

EN 1924 TAN LIBERAL COMO HOY

Yo era en 1924 tan liberal como hoy, liberal empecinado, tranquilamente irre¬ductible. Lo era, a pesar de haberme educado en un Colegio de un conservatismo abrumador, y quizás por eso mismo. Pero nunca se me había ocurrido indagar a la luz de la razón, por qué era liberal. Lo hice entonces. Y procuré hacerlo en forma desprevenida, sincera. Analicé mis propias impresiones, mis propios recuerdos, mis propias ideas, y los comparé luego con los hechos y los hombres de nuestra historia, con los manuales sobre la evolución política europea, con los documentos que daban a la publicidad, los diversos parti¬dos entre nosotros y en el extranjero. Leí casi todas las memorias de los más importantes estadistas colombianos, y los juicios críticos que existen acerca de sus respectivas trayectorias. Habiéndome trasladado inmediatamente después a Europa con el fin de hacer estudios de especialización profesional en dere¬cho, busqué en las grandes bibliotecas de Italia, de Francia y de Inglaterra, los libros de conjunto relativos al origen, la marcha, las características, y los programas de las grandes colectividades políticas.

Terminada esta excursión por las múltiples rutas del pensamiento, ex¬cursión que me impuso una verdadera tarea, cumplida con paciencia y con honestidad, comprendí que seguía siendo liberal y empecinado, tranquilamente irreductible. Por aquellos años el partido conservador colombiano dominaba completamente la escena, y no se veía la más distante esperanza de un cambio de régimen, florecían las dictaduras en Suramérica, y en el resto del mundo, casi en todas partes, las ideas socialistas parecían llamadas a una definitiva victoria. Ser liberal parecía un anacronismo y era tanto más ilógico para un intelectual, cuanto que en Colombia, en manos del General HERRERA y su gru¬po, el liberalismo había dejado de explicar su contenido doctrinario, y parecía fluctuar al azar, como simple protesta, como desnuda bandera de oposición. De ahí que los jóvenes de criterio avanzado pertenecientes a mí generación, estuvieran casi todos influenciados por las ideas marxistas.

Pero yo, después de haber pensado y leído mucho sobre el tema de la convicción política, comprendí que mi intuición, o mi temperamento, o las emociones de mi infancia o de mi adolescencia, todo aquello, en fin, que había desatado en mi ánimo una sorda resistencia a las enseñanzas que se me daban en las aulas con la palabra y el ejemplo, venían a coincidir armoniosamente con el fruto de mi análisis.

LIBERAL PORQUE TENÍA FE EN EL VALOR
ESPIRITUAL DEL SER HUMANO

Era liberal porque tenía fe en el valor espiritual del ser humano, en la dignidad y en la independencia que al hombre corresponden a virtud de ese valor in¬trínseco suyo. Porque nada me indicaba que alguna cosa grande y perdurable hubiera resultado de acallar la conciencia individual, de abolir o limitar la crítica, de impedir que cada forma de la inteligencia cumpliera autónomamente su tarea. Porque hay algo repugnante contrarío a la naturaleza, en someter a un sector cualquiera del conglomerado social a la pasividad, en suministrarle la verdad ya hecha, en señalarle una orientación sin su consentimiento. Porque los intereses colectivos no pueden entenderlos ni definirlos sino la colectividad, con su propia experiencia, con su propio sufrimiento, con su propia visión de las realidades circundantes. Porque dado el egoísmo vital, que es la condición de supervivencia de la especie, sólo del amplio debate, del acuerdo general, de la intervención del mayor número, puede resultar un mínimum de justicia para todos, por el equilibrio y el contrapeso de los intereses, por la reducción a un común denominador tolerable, de las infinitas aspiraciones encontradas. Porque sólo allí donde cada cual puede expresarse plenamente, sin temor y sin ligaduras, es posible a la comunidad aprovechar las luces excepcionales de las mentes privilegiadas, que nunca se sabe a priori dónde han de surgir. Porque a la vez nadie es capaz de acertar siempre, de ponerse al abrigo del error, de pensar o proceder siempre con equidad; y por eso ninguna iniciativa individual puede resultar fecunda y útil, sin las innumerables variantes que le introduce la opinión de los otros. Porque de ahí resulta que cuantas veces se impone una clase dominante, ya sea de sacerdotes, de militares, de terrate¬nientes, de comerciantes o de intelectuales, las otras clases, los otros grupos, y sobre todo, la gran masa anónima, el gran pueblo de las gentes sencillas, que es la base de la humanidad y de la historia, sufre de opresión y de abandono. Porque el privilegio natural de los más inteligentes, de los más fuertes, no puede limitarse ni encauzarse últimamente, sino por la fuerza de resistencia de la mayoría. Porque la protesta, el denuncio de los abusos, la manifestación de las necesidades, constituyen la única vía del mejoramiento, de la cultura y del progreso. Porque ningún país puede ser bien gobernado contra su voluntad, ni política alguna resulta eficaz si la opinión la rechaza.
La anterior enumeración de conceptos, seguramente rudimentaria, des¬hilvanada e incompleta, pues he querido deliberadamente hacerla al correr de la pluma, para contestar con llaneza e ingenuidad a la revista Sábado, hubiera podido hacerla hace veinte años quizás en la misma forma. Una inmensa serie de datos emocionales dispersos, de fragmentos de historia, de episodios humanos, la habían incrustado en mi mente, sobre todo en mi subconsciencia,

ADMIRÉ SIEMPRE A LOS REVOLUCIONARIOS

Admiré siempre a los revolucionarios. Los comuneros del Socorro quienes interrumpen el océano de conformidad de La Colonia, el letargo rutinario de aquella cosa inmensa llamada autoridad real de derecho divino, para manifes¬tar que no soportan la miseria y los tributos. Don ANTONIO NARIÑO, el joven opulento y patricio que se pone a leer libros prohibidos, y se busca la cárcel con sus inquietudes y curiosidades en persecución de un mundo mejor. D. FRANCISCO DE PAULA SANTANDER, que se subleva una tarde al salir del Colegio, y luego en plena madurez, le pone el pecho indomable a las iras de los militares, de cuyas filas procedía. JULIO ARBOLEDA, la pura espuma de la nobleza fanática de Popayán, que viene al Congreso a tronar contra los jesuitas, con escándalo de sus electores y copartidarios, y luego se enfrenta en un duelo a muerte contra el despotismo de su tío MOSQUERA. El viejo JOSÉ HILARIO LÓPEZ que se pone a ensayar las más atrevidas utopías de los franceses en un país todavía vestido con los ropajes coloniales. AQUILEO PARRA, humilde comerciante casi ignoto, que se levanta en la Convención de Ríonegro a decirle impertinencias al Gran General omnímodo y habituado a fusilar. GAITÁN OBESO, tan arrogante y desafiador, que se juega la vida contra la regeneración, y pretende tomarse a Cartagena, con poco más que su espada y su penacho. Las mujeres de la plebe de Bogotá que se rebelan contra las medidas opresoras de don RUFINO GUTIÉRREZ, y le queman la casa a ANTONIO BASILIO CUERVO, el ministro de guerra de CARO, pudiéndole a la tropa. ¿Qué es todo eso? La legión de los inconformes, de los que se arriesgan por los demás, de los que le abren el paso a las nuevas ideas, de los que predican justicia y libertad, sin reparar en el precio de la predicación, muchas veces equivocados, casi siempre más allá de la órbita exacta, vencidos o vencedores, pero siempre abatiendo murallas, deshaciendo prejuicios, regando el ideal.

CARRASQUILLA ERA LA AUTORIDAD,
LA TRADICIÓN Y EL DOGMA

Había otro personaje que pasaba frecuentemente junto a mí, a quien yo le abría la puerta de mi casa, cuando iba a visitar a mi padre, con quien estaba ligado por estrecha amistad. Alto y marcial, los ojos penetrantes, el enhiesto mostacho retorcido, con amplias indumentarias muy cuidadas, al través de las cuales se revelaba un atleta. Me saludaba golpeándome levemente la cabeza con el puño, pero lo suficiente para apreciar una mano de hierro. Era el Gene¬ral URIBE, hombre de los más varonilmente hermosos que he conocido. Lo acompañaba su leyenda, Peralonso y Terán, las jornadas parlamentarias del 97, sus empresas agrícolas, sus viajes, sus desafíos, su estampa de guerrero letrado. Yo había visto sus retratos con gran uniforme militar, pero lo había visto sentarse también entre los académicos de la lengua en las célebres sesiones que enaltecía la prosa de don DIEGO RAFAEL DE GUZMAN.

URIBE era otro símbolo. El de la protesta, el de la rebeldía; había llevado al país a un desastre y por su voluntad se había derramado mucha sangre. Y entonces ¿por qué inspiraba tanto respeto, tanta admiración, por qué subyu¬gaba a las muchedumbres? Porque el país se había normalizado por el fer¬mento crítico que exhalaban su obra y su persona. Porque los muertos caídos a su paso habían fecundado la tierra de la patria. Ese orden que Monseñor CARRASQUILLA predicaba desde la cátedra, esa autoridad que exaltaba con su ejemplo, reposaban sobre los hombros de URIBE. Su palabra había socavado la regeneración. Su guerra le había dado otros cauces. Había en Colombia un poco más de respeto por el vencido, un poco más de libertad, un poco más de tolerancia, de convivencia, de solidaridad. Se hablaba, después de muchos años, de la justicia social.

URIBE URIBE, SÍMBOLO DE LA PROTESTA

Sumergido en los claustros del Rosario, yo veía pasar la figura enhiesta de Monseñor RAFAEL MARÍA CARRASQUILLA, con profundo respeto. Él simboli¬zaba, y de una manera prodigiosa, la autoridad, la tradición, la jerarquía, el orden, el dogma. De manera sorda, escultórica, su palabra exaltaba los valores establecidos, el sistema dominante. Yo pensaba que nada podría contestarle, que un solo gesto suyo me anonadaría. Pero no estaba convencido. Las cosas no podían ser así. ¿Por qué esas ideas tan firmes, tan sólidas, no habían pues¬to en paz a las gentes? ¿Cómo se explicaba entonces la Revolución Francesa, nuestra propia revolución de independencia, el rumor lejano de ese nuevo estremecimiento mundial que auspiciaban los rusos? No todo es orden, a menos que el orden camine y se transforme. De otro modo se expone a saltar en pedazos. Así argumentaba en silencio para mi coleto.

YO OPTABA POR URIBE URIBE

Y entre CARRASQUILLA y URIBE, a pesar de la honda veneración que profesé al primero de ellos, entre los dos sistemas enfrentados que solicitaban mi curiosidad y mi atención, entre el que había escrito el célebre folleto sobre condenación de los errores liberales, y el que había escrito otro folleto célebre, sobre cómo el liberalismo colombiano no es pecado, yo optaba por URIBE. Yo era liberal. Una emoción de banderas rojas, desplegadas al viento, una emo¬ción de negros armados de machete que se arrancan los grillos de los pies deformes, una emoción de jóvenes entusiastas que se arrojan sobre los libros prohibidos, una emoción de tribunos que irrespetan a monarcas y dictadores, una emoción de proletarios desvalidos que se alzan contra los ricos avaros, una emoción de igualdad para con los campesinos lejanos, sin lecho y sin escuela, azotaba mi espíritu, mientras repasaba la lección de filosofía escolástica, de latín o de derecho romano.

CRITERIO CONFORMISTA

Comprendí de manera vaga y difusa que nuestro atraso, nuestro estancamiento, nuestra pobreza, nuestra vida al margen de la actividad a espaldas de los problemas del mundo contemporáneo, eran el resultado de un criterio conformista, profundamente desconfiado de los sentimientos populares y de los hombres audaces, incapaz de revisar espontáneamente su propia estructura. Tenía la impresión objetiva de que los dirigentes del país consideraban como una dispo¬sición natural de la providencia que hubiera siempre una minoría de gentes cultas y acomodadas sobre la superficie de un inmenso pantano de miseria y de ignorancia. Sentía claramente que no harían ningún esfuerzo drástico por modificar el curso de los hechos, por acelerar el ritmo de los procesos sociales. Para ellos el país estaba ya hecho, y bastante bien hecho. Se le debía dejar como estaba. Así como un organismo adulto no modifica sustancialmente ninguno de sus órganos, tampoco debe modificarlos una nación. Apenas curarlos cuando padecen alteraciones, a fin de restituirlos a su estado anterior.

LA REGENERACIÓN, IMPOTENCIA
PARA COMPRENDER EL SIGLO XX

La opinión general censuraba con perfecto conocimiento de causa, y con extraordinaria vehemencia a la hegemonía conservadora, el desgreño admi¬nistrativo, los procedimientos inescrupulosos de algunos de sus hombres y, sobre todo, el fraude electoral sabiamente organizado por la ley y la costumbre. Yo compartía esa clase de críticas y algunas otras. Pero había algo que consi¬deraba mucho más grave, porque me parecía el verdadero nudo del problema colombiano; la cuestión de la cual dependía la suerte de la nacionalidad: la impotencia del régimen para comprender el siglo xx. Su vano empeño de hundirse en el pretérito. Su doliente fervor por un estado de cosas anquilosado y anémico. Cuando el conservatismo, acosado por las inquietudes sociales y económicas, en momentos atormentados de reajuste universal, propuso para salvar al país el restablecimiento de la pena de muerte y una drástica ley de prensa y orden público, que recibió el remoquete de "ley heroica", yo, joven desalumbrado e inexperto, percibí, sin embargo, con absoluta claridad, que el sistema entero estaba condenado y que no podría subsistir. Mi intuición no me engañaba; poco después se presentaba el movimiento restaurador del 8 de junio, durante el cual hice mis primeras armas en la política, desde la tribuna improvisada de un balcón del Ministerio de Gobierno, asaltado por la muchedumbre.

Y llego, al referirme a estos antecedentes, al motivo capital de mi fe en el liberalismo.


PARTIDO QUE SE ADAPTA A LAS MUTACIONES

Es este el único partido, orgánicamente dotado de una potencialidad suficiente para adaptarse a las mutaciones de los tiempos. Su naturaleza íntima consiste en una actitud de crítica perenne que acomete y desintegra el mundo rígido de la autoridad y de la costumbre, para hacer surgir de esa desintegración, nuevas formas de vida, nuevas posiciones de la inteligencia, ante la sucesión de los hechos. Cuando yo comenzaba mi carrera dije alguna vez con sobra de petulancia, pero de manera muy consciente, que no me sentía discípulo de ROJAS GARRIDO. La frase causó escándalo entre algunos viejos prohombres de nuestra colectividad. Expliqué entonces que ningún liberal podía comprender la marcha del Estado, la marcha de las instituciones, sino como una realidad en perpetuo "devenir", en perpetua evolución creadora. Y que para el liberalismo cada punto de llegada era un nuevo punto de partida. Y cosa admirable: un ilustre copartidario en edad provecta, que había escuchado a ROJAS GARRIDO en la cátedra, me dijo que tenía la razón.

EL LIBERALISMO OFRECE MEJORAMIENTO CONSTANTE

El liberalismo, a diferencia de otras escuelas del pensamiento político, no pre¬tende hoy, como no lo pretendió en el pasado, ofrecer a los hombres la imagen perfecta de una sociedad feliz; ni pretende constituir tampoco un orden in¬superable, satisfecho de no rectificar. Ofrece tan sólo instrumentos de acción destinados a obtener que los pueblos estén siempre mejor que ayer y menos bien que mañana. Y adaptándose a las condiciones fundamentales del espíritu, proyecta sobre la realidad cambiante de los tiempos, prospectos transitorios de acción dentro del propósito de reducir a un mínimum el contraste de las fuerzas sociales, de garantizar la expresión espontánea de todo impulso fecundo, y de imponer el fairplay, la lealtad y la igualdad de oportunidades en medio de las luchas de los hombres, a fin de que ningún ser humano halle coartadas y restringidas por trabas o limitaciones arbitrarias sus potencialidades de acción y su derecho a triunfar. Por eso, a medida que las sociedades se transforman, a medida que surgen nuevos fenómenos y nuevas necesidades o discordias, basta referirse al concepto básico de la emancipación del hombre dentro de la faz que armonice con el ambiente histórico, para definir su actitud, que es la de la defensa de los débiles, la de la resistencia a la opresión.

LANZA CONTRA LOS DÉSPOTAS

El liberalismo ha roto su lanza, contra el déspota que a todos amenaza. Contra el señor feudal que explota a sus vasallos. Contra el poder eclesiástico cuan¬do pone en peligro la autonomía de la conciencia. Contra las corporaciones profesionales cuando encadenan el trabajo libre. Contra la ciencia oficial que estrangula el pensamiento. Contra el poder del dinero, que aplasta al proletario. Contra cualquiera fuerza social que pretenda erigirse en arbitro de la vida colectiva y excluir u oprimir a las otras.

LIBERTAD DE EXPRESIÓN DEL PENSAMIENTO

Su primera conquista fue la de la libertad de expresión del pensamiento. Realizada esa hazaña, con esa piqueta en la mano, atacó todas las formas del privilegio de manera sucesiva, y cada vez libertó mayor número de gentes, derribó mayor número de abusos y coyundas. Vino primero la serie de las llamadas libertades públicas, que eran un lugar común, aceptado por toda la cultura humana, hasta cuando apareció de nuevo la hidra tiránica, bajo la forma del fascismo y el nazismo. La revolución francesa comprendió que aquello no bastaba y que debía penetrarse todavía más hondo en la estructura social. Pero no toda jornada puede ser completa; hay que estabilizar todo cambio, para no rodar al caos o al vacío. Y la evolución detuvo su marcha. Al amparo de esa causa, una aspiración liberal, la del comercio, la industria y el trabajo libres, se convirtió por el egoísmo natural de sus usufructuarios, oprimidos de ayer, en otra coyunda, fortalecida por el progreso técnico. Surgió el capitalismo y surgió el proletariado. Los nuevos barones fueron los de la finanza. El liberalismo no tuvo más que volver los ojos a su vix motriz, a su propia naturaleza, para saber que debía oponerse a los abusos del capital. Por la vieja senda trillada, por el postulado del hombre autónomo, dueño de sí mismo, llegó a predicar en ese campo algo semejante a lo que predicaba el socialismo, pero sin caer en el error de este partido, el cual no supo comprender a tiempo, preso dentro de un sistema hermético, que no podía ser humano ni fecundo, suprimir las libertades del espíritu, para atender tan sólo a la brega por el pan; y que no podía entregarse la espontaneidad de la conciencia, a cambio del dogma del bienestar material. Ahora bien. Se dirá: ¿y cómo puede el liberalismo repri¬mir a los fuertes, imponer regulaciones a los potentados, si ellos son hombres también, dueños de hacer lo que les plazca, y más conscientes de sus propios intereses? ¡Ah, no! No existe la libertad de aplastar. Ella no está en el catálogo. El interés individual es respetable, mientras no atente contra el interés de otros, y de otros que son una mayoría de individuos. El problema entonces es el de averiguar cuál régimen suministra un mayor coeficiente de libertad colectiva, un mayor ambiente de equidad y de expansión humanas.

EL BIENESTAR DEL MAYOR NÚMERO

Este concepto me permite exponer la última de las razones esenciales de mi convicción. La libertad del mayor número. El bienestar del mayor número. El mayor número es la masa, la muchedumbre, el pueblo. Por eso democracia y liberalismo son sinónimos. El conservatismo es forzosamente una democra¬cia recortada, en los países donde asume una postura democrática. Una fácil travesura que me ha permitido al través de los años identificar a cualquier conservador desconocido, sin preguntarle su filiación política, es la de llevar el análisis a la cuestión de la muchedumbre. El conservador habla de la plebe o de la chusma. Si es vehemente, de la canalla. La plebe no puede tener razón. Es ignorante, bárbara, estúpida. Su sola presencia es el motín. Los hombres son díscolos, brutales, insensatos en su conjunto. Hay que hacerles el bien, pero de lejos, y según los consejos de la gente culta y de cuello blanco. Para pensar está la clase dirigente (que recluta a sus miembros, por captación, entre ellos mismos). ¿Cómo pueden entender el bien público, los que no pasaron por el colegio? ¿Cómo pueden entender sus necesidades, si parecen contentos sin cama y sin estufa? El conservador me ha dicho siempre que alguna vez hizo la experiencia de darle unos zapatos nuevos a un peón, y que el peón hubo de quitárselos, porque le dolían los pies. ¿Para qué darle zapatos? También me ha dicho que cuando le dio al chofer una prima, éste corrió a la taberna y no correspondió con gratitud a tal presente. Yo le pregunto: ¿y no tendremos nosotros la culpa de esa conducta si no le hemos ofrecido una escuela, ni lo hemos llevado a ver a Nueva York? Entonces me responde: no hay tal; son incorregibles. Además siempre habrá pobres y analfabetos. “El que se mete a redentor, muere crucificado".

PARTIDO DEL PUEBLO

El liberalismo ha sido en todas partes el partido del pueblo y en Colombia el pueblo lo sabe. Si el conservatismo ha tenido y tiene masas, es por una sola razón: por el problema de la fe religiosa. El colombiano es católico y en el marco recortado de su aldea, en el silencio de su vida pastoril, cuando se le dice que está en peligro su religión, se atemoriza y confunde. A medida que la propaganda local acerca de pretendidas persecuciones a la iglesia se extingue con el paso de la carretera y la llegada del periódico, el partido conservador va perdiendo sus baluartes.

Que una sabia dirección de la política liberal, mantenga a nuestra colecti¬vidad, dentro del ritmo de las grandes aspiraciones primordiales, dentro del horizonte amplísimo de sus líneas históricas. Frecuentemente se nos acusa por el adversario, de que somos volubles y cambiantes, heterogéneos e inco¬herentes. De que renegamos de las tesis de ayer, y de que somos un mosaico de opiniones. Feliz crítica ésta, por su injusticia y su fragilidad. Creo haber demostrado atrás, que un partido político, no puede ni debe ser un dicciona¬rio de soluciones hechas y aprendidas de memoria, ni una estructura rígida y estática. Creo haber demostrado también que la característica del liberalismo es el movimiento, la dinámica, la desintegración de los valores muertos; y que su fuerza estriba en la crítica interna ilimitada en el "derecho de disentir", de que alguna vez hablé, con frase de cierta resonancia. Sí el liberalismo no fuera una coalición de matices, perdería, entonces sí, su peculiar ortodoxia. Hay una continuidad integral de la letra que esteriliza y mata. Lo que importa es desentrañar la esencial continuidad del ideal y del espíritu.

El peligro no está allí. Está precisamente en lo contrario. En la quietud mental, en la falta de impaciencia para las cosas grandes, en la molicie burocrática, en la satisfacción con lo existente. Siempre hubo una discrepancia entre la velocidad de los hechos, y la de las ideas. Pero en la época contemporánea, a virtud de las gigantescas conquistas de la gran mecánica, del progreso téc¬nico en todas sus formas, esa discrepancia se ha hecho sorprendente. Hay que marchar hacia el porvenir, con alma generosa, sin egoísmo y sin cálculo, sin confundir jamás el predominio con el ideal, ni renunciar jamás a la estética de la conducta, sin aspirar a victorias efímeras obtenidas al precio de un jirón de la clásica toga, cuya severa dignidad se pierde en el tumulto de los apetitos, y con el codazo de los zafios. Hay que marchar hacia adelante, sin perder el contacto con el anhelo democrático, sin olvidar que ningún sabio sabe más que su pueblo, sin anatema para los inconformes, sin que la palabra autorizada de los que dirigen, ahogue las voces fértiles y sonoras de la calle.

Debo concluir al fin. Lo que hay de perenne en nosotros, es la esponta¬neidad del espíritu. Lo que caracteriza la existencia social es la autonomía de la personalidad humana. Lo que permanece, al través de las mutaciones más o menos profundas y dramáticas de los ciclos históricos, es el gobierno como sistema de equidad al servicio del pueblo. Las reacciones que periódicamente se suscitan contra esas fórmulas supremas, son muestras de anormalidad; son el fruto del desencadenamiento de las fuerzas oscuras del instinto, del substrato inconsciente de la violencia, agazapada detrás de la razón, para entenebrecerla y abolirla.

EL LIBERALISMO DURARÁ SIN TÉRMÍNO

Por eso el liberalismo durará sin término. Por eso no representa una concep¬ción improvisada, ni un sistema efímero, ni un expediente de emergencia. Por eso nació con el momento estelar de la cultura antigua, por eso resucitó ma¬ravillosamente, al descorrerse el velo caótico de la Edad Media. Por eso floreció en la Europa culta, refinada y armoniosa de la época contemporánea. Por eso reventó con fuerza antes desconocida sobre las tierras de América cuando se abrieron a la civilización. Por eso está dotado de tal poder de adaptación y rectificación que se acomoda bajo nuevas formas, bajo nuevas vestiduras a todas las exigencias cambiantes de los tiempos. Por eso es inconcebible su ocaso.
Por eso soy liberal

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